Para Eva, con disculpas
Al principio, gemía el gemido
de toda la vida mientras cruza el umbral
del vacío a la forma,
el mundo ininteligible del cual la única escapada
es una vuelta al vacío,
sin palabras, silenciado.
Poco a poco, aprendía la articulación, mover
la lengua de tal manera que me entendiesen. ¿Pero
con quién hablar de mi deseo de extraer leche de la luna
antes de que se cuajase y yo estuviese
doblado sobre una tumba, muriéndome de sed?
Recuerda las tardes en Granada cuando
nos comíamos la carne de piedras y nos
emborrachábamos con la leche de sueños mutuos.
No importaba mi gramática
imperfecta; dominábamos el idioma
que llevamos desde el vacío.
Luego, cometí un error terrible.
Ojalá hubiese sido de gramática,
nada más:
Entonces las piedras no me habrían astillado los
dientes, los sueños no se habrían podrido…
¡Qué fácil perder control del cometa fugaz que late
por nuestros corazones desde el comienzo hasta el
final! ¡Abandonar nuestra lengua materna para el
vernáculo de la edad adulta!
Cada noche me subo a mi tejado solitario
para maravillarme de lo no dicho,
y sé que también estás mirando hacia arriba, que la
leche fresca que vierte de la oscuridad
también te apacigua a ti.
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